La confusión es fenómeno de carácter orgánico y permanente
en la sociedad burguesa. La confusión se densifica más cuando se trata de
problemas confusos ya por los propios términos históricos de su enunciado. Esto
último ocurre con el problema, flamante y, a la vez, viejo, de los deberes del
intelectual ante la revolución. Es ya intrincado este problema tal como lo
plantea el materialismo histórico. Al ser formulado o simplemente esbozado por
los intelectuales burgueses, toma el aspecto de un caos insoluble.
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Empecemos recordando el principio que atribuye al pensamiento
una naturaleza y una función exclusivamente finalistas. Nada se piensa ni se
concibe, sino con el fin de encontrar los medios de servir a necesidades e
intereses precisos de la vida. La psicología tradicional, que veía en el
pensamiento un simple instrumento de contemplación pura, desinteresada y sin
propósito concreto de subvenir a una necesidad, también concreta, de la vida,
ha sido radicalmente derogada. La inflexión finalista de todos los actos del
pensamiento, es un hecho de absoluto rigor científico, cuya vigencia para la
elaboración de la historia, se afirma más y más en la explicación moderna del
espíritu.
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Hasta la metafísica y la filosofía a base de fórmulas
algebraicas, de puras categorías lógicas, sirven, subconscientemente, a intereses
y necesidades concretas, aunque "refoulés", del filósofo, relativas a
su clase social, a su individuo o a la humanidad. Lo mismo acontece a los demás
intelectuales y artistas llamados "puros". La poesía "pura"
de Paul Valéry, la pintura "pura" de Gris, la música "pura"
de Schoenberg, -bajo un aparente alejamiento de los intereses, realidades y
formas concretas de la vida- sirven, en el fondo, y subconscientemente, a estas
realidades, a tales intereses y a cuales formas.
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"Los filósofos, -dice Marx- no han hecho hasta
ahora sino interpretar el mundo de diversas maneras. De lo que se trata es de
transformarlo". Lo mismo puede decirse de los intelectuales y artistas en
general. La función finalista del pensamiento ha servido en ellos únicamente
para interpretar -dejándolos intactos- los intereses y demás formas vigentes de
la vida, cuando debía servir para transformarlos. El finalismo del pensamiento
ha sido conservador, en vez de ser revolucionario.
El punto de partida de esta doctrina transformadora o
revolucionaria del pensamiento, arranca de la diferencia fundamental entre la
dialéctica idealista de Hegel y la dialéctica materialiara de Marx. "Bajo
su forma mística -dice Marx- la dialéctica- se hizo una moda alemana, porque
ella parecía aureolar el estado de cosas existentes". Bajo su forma
racional, la dialéctica, a los ojos de la burguesía y de sus profesores, no es
más que escándalo y horror, porque, al lado de la comprensión positiva de lo
que existe, ella engloba, a la vez, la comprensión de la negación y de la ruina
necesaria del estado de cosas existente. La dialéctica concibe cada forma en el
flujo del movimiento, es decir, en su aspecto transitorio. Ella no se inclina
ante nada y es, por esencia, crítica y revolucionaria.
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El objeto o materia del pensamiento transformador
radica en las cosas y hechos de presencia inmediata, en la realidad tangible y
envolvente. El intelectual revolucionario opera siempre cerca de la vida en
carne y hueso, frente a los seres y fenómenos circundantes. Sus obras son
vitalistas. Su sensibilidad y su método son terrestres (materialistas, en
lenguaje marxista), es decir, de este mundo y no de ningún otro, extraterrestre
o cerebral. Nada de astrología ni de cosmogonía. Nada de masturbaciones
abstractas ni de ingenio de bufete. El intelectual revolucionario desplaza la
fórmula mesiánica, diciendo: "mi reino es de este mundo".
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El intelectual revolucionario, por la naturaleza
transformadora de su pensamiento y por su acción sobre la realidad inmediata,
encarna un peligro para todas las formas de vida que le rozan y que él trata de
derogar y de sustituir por otras nuevas, más justas y perfectas. Se convierte
en un peligro para las leyes, costumbres y relaciones sociales reinantes.
Resulta así el blanco por excelencia de las persecuciones y represalias del espíritu
conservador. "Es Anaxágoras, desterrado -dice Eastman-; Protágoras, perseguido;
Sócrates, ejecutado; Jesús, crucificado". Y nosotros añadimos:- es Marx,
vilipendiado y expulsado; Lenin, abaleado. El espíritu de heroicidad y sacrificio
personal del intelectual revolucionario, es, pues, esencial característica de
su destino.
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La función política transformadora del intelectual
reside en la naturaleza y trascendencia principalmente doctrinales de esa
función y correspondientemente prácticas y militantes de ella. En otros
términos, el intelectual revolucionario debe serlo, simultáneamente, como
creador de doctrina y como practicante de ésta. Buda, Jesús, Marx, Engels,
Lenin, fueron, a un mismo tiempo, creadores y actores de la doctrina
revolucionaria. El tipo perfecto del intelectual revolucionario, es el del
hombre que lucha escribiendo y militando, simultáneamente.
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"Quien está contra la burguesía, está con
nosotros". Esta es la palabra de orden -dice Lunacharsky- que debe servir
de base para formar la Internacional de los Intelectuales.
¿Puede aplicarse esta fórmula a los intelectuales
revolucionarios de todos los países? Evidentemente sí. En América como en
Europa, Asia y África, hay ahora una tarea central y común a todos los
intelectuales revolucionarios: la acción destructiva del orden social
imperante, cuyo eje mundial y de fondo reside en la estructura capitalista de
la sociedad. En esta acción deben acumularse y polarizarse todos los esfuerzos
de la inteligencia. Importa mucho darse cuenta de lo que hay que hacer en un
momento dado. El leninismo, en este punto, ofrece enseñanzas luminosas.
"No basta -dice Lenin- ser revolucionario y partidario del comunismo: hay
que saber hallar, en cada momento, el anillo de la cadena al cual debe uno
agarrarse para sostener fuertemente toda la cadena y para agarrarse luego del
anillo siguiente". Para los intelectuales revolucionarios, el anillo
doctrinal y práctico del momento radica en la destrucción del orden social
imperante. Tal es la consigna táctica específica de todo intelectual
revolucionario.
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Nuestra tarea revolucionaria debe realizarse en dos
ciclos sincrónicos e indivisibles. Un ciclo centrípeto, de rebelión contra las
formas vigentes de producción del pensamiento, sustituyéndolas por disciplinas
y módulos nuevos de creación intelectual, y un ciclo centrifugo doctrinal y de
propaganda y agitación sobre el medio social.
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Nuestra táctica criticista y destructiva debe marchar
unida inseparablemente a una profesión de fe constructiva, derivada científica
y objetivamente de la historia. Nuestra lucha contra el orden social vigente
entraña, según la dialéctica materialista, un movimiento, tácito y necesario,
hacia la substitución de ese orden por otro nuevo. Revolucionariamente, los
conceptos de destrucción y construcción son inseparables.
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Ese nuevo orden social, que ha de reemplazar al
actual, no es otro que el orden comunista o socialista. El puente entre ambos
mundos: la dictadura proletaria.
El fenómeno soviético es la demostración objetiva,
palmaria y de un realismo inexorable, del camino dialéctico ineludible que ha
de seguir el sistema social capitalista para desembocar en el orden socialista.
Citemos a este propósito unas palabras del manifiesto de la Unión de escritores
Revolucionarios: "Una crisis económica inaudita -dice ese documento- quebranta
al mundo capitalista. El número de los parados pasa de 50 millones y continúa
aumentando. Multitud de desocupados y de hambrientos desfilan delante de
inmensos depósitos rebosantes de víveres y un puñado de hombres de finanzas,
que dictan su arbitraria voluntad a la sociedad capitalista, emplea como
combustible de sus locomotoras las cosechas de los campos, arroja el trigo, el
café y el azúcar al mar, quema enormes cantidades de lana y algodón, a fin de
mantener a la altura de sus intereses personales la tasa de sus beneficios,
único motor de la economía capitalista. Los salarios de la clase obrera y de
los campesinos pobres, así como de los trabajadores intelectuales, caen con una
rapidez catastrófica. El espectro del hambre, un porvenir desesperado y sin
salida bajo el régimen capitalista, he aquí la realidad y el horizonte de las
masas trabajadoras".
"La cultura burguesa está en plena decadencia. El
espíritu imperialista ha infectado la literatura y el arte. Para nublar la
conciencia de las masas y salvar así su hegemonía de clase, la burguesía se ve
obligada a embridar el progreso de la ciencia y a retardar el desenvolvimiento
cultural de la humanidad. Declarando la guerra a su pasado la burguesía busca
un sostén en su alianza con la Iglesia católica, resucita las teorías místicas
y feudales de la Edad Media, para enmascarar con el velo del oscurantismo su
mortal descomposición".
"Entre tanto, los obreros y campesinos del
inmenso país de los Soviets, después de haber derribado el régimen capitalista
y de haberse salvado del hambre y escasez, echan las bases de una nueva
sociedad socialista. En quince años de dictadura del proletariado, el
entusiasmo de las masas laboriosas liberadas ha hecho de uno de los países más
atrasados de Europa, el país más avanzado del mundo, el primer Estado que ha
emprendido la construcción del socialismo. Las esperanzas de los gobiernos
imperialistas y de sus lacayos social-demócratas, que creían imposible la
edificación socialista en un solo país y pensaban poder reducir por el hambre y
el bloqueo económico la voluntad heroica del proletariado, han caído por
tierra. La Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas ha realizado y
rebasado el programa del Segundo Plan Quinquenal, que sus enemigos calificaba,
ayer nomás, de locura bolchevique. El Soviet ha suprimido los desocupados,
arrastrando en su producción socialista nuevas capas de campesinos y miles de
mujeres. Su agricultura está en vías de reorganización sobre una base colectiva
socialista, que ha triunfado de la antigua vida rural y borra las barreras
entre la ciudad socialista y los campos colectivizados. Sus aldeas que, bajo el
zarismo, se hallaban ahogadas en el barro y la ignorancia, intoxicadas por el
opio de la religión, se ven ahora atravesadas por una tupida red de escuelas,
bibliotecas, radio, salas de lectura. En lugar de las campanas y del silbato
del guardia, no se oye más que el traquido de los tractores. La U.R.S.S. ha
entrado definitivamente en la fase socialista".
Valiéndose de nuevos métodos de trabajo, de ese
trabajo que en el Estado socialista se ha hecho un motivo de orgullo, de valor
y de heroísmo, e impulsado por la emulación socialista y las brigadas de
choque, el proletariado soviético crea y desenvuelve gigantescas empresas de la
industria pesada socialista, desarrolla el motocultivo, transforma la vieja
Rusia agrícola retardataria en país del metal, del automóvil y del
tractor".
"Del fondo de esta economía socialista nace y se
desenvuelve, con un ritmo fulminante, el proceso colosal de una revolución
cultural desconocida hasta hoy en la historia. Millones de analfabetos han
entrado en una vasta iniciación cultural. Al fin del Segundo Plan Quinquenal,
no quedará un solo analfabeto en Rusia. El aumento del tiraje de los periódicos
y publicaciones literarias rebasa en gran medida los ritmos más rápidos del
período más próspero del capitalismo alemán y norteamericano. El
desenvolvimiento de las fuerzas productoras de la Unión Soviética marcha
acompañado de un tal impulso en todas las ramas de la literatura, del arte y de
la cultura en general, que el problema de los cuadros dirigentes adquiere una
acuidad excepcional. Miles de hombres nuevos reciben la educación necesaria
para ocupar los puestos más elevados de la revolución cultural".
"Las potencias imperialistas observan con un
sentimiento de espanto y rechinando los dientes, este movimiento histórico
incomprensible para ellas y que decide definitivamente el destino del
capitalismo. Las potencias imperialistas quieren, por eso, ahogar en sangre
semejante movimiento salvador de la humanidad".
Del libro Arte y Revolución de César Vallejo.