B A N D E R A N E G R A
sábado, 19 de agosto de 2023
Alfonsina de Storni - su carne, y el alma se le curva un poco (13 poemas)
sábado, 9 de abril de 2022
Cuatro poemas de Los Rostros Ebrios de La Noche - Juan Cristóbal
EN INFIERNO
…y
el mundo está podrido y podrido y podrido y en el
Mundo
podrido sólo viven el horror y la muerte.
LUIS
ROGELIO NOGUERAS
viejo
tirano: narcotraficante contrabandista y usurero de legumbres recuerdos y
milagros
ojalá
te mueras con tu voz de tortuga y tu apolillada sabiduría de prostíbulo barato
para que tus ojos jamás se vuelvan a contemplar la luz amable y generosa de los
niños /
que
los geranios no florezcan en la línea de tus manos / ni las amapolas recurran
al sexo desmemoriado de tu amada o a la sombra descoyuntada de tus perros para
que te quedes a oscuras (como el cumpleaños del cesante) en el sudarios ciego e
irremplazable de los tiempos /
que
tu corazón jamás se confunda con el grito de guerra de los hombres / ni con los
aturdidos espantapájaros de la noche / ni con el recuerdo invalorable de los
vinos -naciendo en el rostro jubiloso del rocío- para que tu lecho sea siempre
la ley perseguida por las tretas y las tetas de la rata /
que
los gorriones jamás vuelvan a picotear tu esqueleto sucio de beodo o tus pies
de enano sin consuelo en los afiches nauseabundos de la calle para que las
nubes no vuelvan a engendrar mordeduras extrañas o signos fugaces en tu tumba /
que
los ciegos no te enseñen a pedir limosnas en los bares ni a vender libros o
botellas en los parques ni a soñar con las librerías baratas del invierno o con
el color verde-cielo de las plantas para que tu mirada siga sumergida en las
grutas momificadas y ajusticiadas del espanto /
que
los días no te hagan sobrevivir en las anchas astillas de los barcos / en los
naufragios sin tiempo del domingo / en el azar sin destino de las calaveras
ahuecadas del otoño para que jamás puedas celebrar las delicias de tus babas en
los collares impostergables de la muerte /
que
jamás un arco iris se pose en las margaritas atontadas de tu nuca / ni las
bellas mariposas de los llantos te fecunden en los campos rojos de la dicha
cuando eyaculen su ternura en los cuartos insignes del misterio para que las
colibríes se olviden siempre de tus ociosas pezuñas de carnero degollado /
finalmente
que la tierra te trague para siempre como un bocado oscuro en los asilos
desgraciados de las monjas o en las últimas sombras castigadas de los cardos
para que tus condenados a muerte (como un murmullo suave deslizándose por los
muelles serenos de la luna) te despedacen con sus manos crucificadas en el aire
y no vuelvas a aparecer como un mendigo en las casas castradas de las moscas ni
en los orines destrozados de los sueños ni en los conventos iluminados
infinitamente por las rosas /
Consiste
en saber que uno está perdido.
ALVARO
MUTIS
¿y
esos de las fotografías nunca duermen?
LEONOR
CALMET (93 años)
no sólo
de pan o amor vive el hombre
también
de sus palabras atragantadas como cuchillos en el
miedo
de
sus angustias o desidias vagando como piedras en el pecho
a las dos de la mañana
cuando
el sol arrugado y torvo de sus llantos le hace recordar
que
la fiebre derrotada y turbia de sus sueños
no
tiene heridas en las manos / cicatrices en el cielo
oraciones
en la lengua / letanías en el pasto
matanzas
de hijos o parientes en el charco de la nada
sin
embargo / con sus sucios y suaves bamboleos
y
oscuras vanidades de dientes carcomidos por las palomas
invisibles
de la casa / trata de llevarlo a las hogueras de la
calle
a enfrentarlo con las sombras impuras de la araña
para
no hacerle olvidar / (desde las mareas orgullosas de la
sangre)
/ que es un simple amanuense /
un
ratero con cara de chacal vomitando cuervos y alimañas
en
el aliento aburrido de los bueyes
recordando
las tretas ocultas y frías de la noche
donde
su labor después de calatearse y culear en las cenizas
amarillentas
del verano (a la luz chicha-morada de la luna)
y
peses a la ausencia de aquesos desdichados y ciegos caracoles
que
siempre joden hasta cuando se arrastran por las semillas
enredadas de las uvas
es
quemar todos los bordes hirvientes de la rosa
todas
las carnes crudas y arrugadas del rocío
ora
en los ojos acaramelados de los zorros
ya en
las telarañas duras y microbianas de la mosca
mientras
repite como un idiota lo de siempre
tocando
las costillas blandas de las dudosas y extrañas
lagartijas:
“soy el hijo de dios y basta /
hecho
a imagen y semejanza de las ruinas /
afincado
en los sucios hospitales de la nada /
para
arruinar la última morada de mi penúltima agonía”
pero
al final -espeso como siempre
cuando
se despierta en su casa a las dos o tres de la mañana
y se
encuentra de sopapo con las llaves oxidadas de sus
jefes
y sus crueles oficinas
con
las fotos de sus hijos asesinados por el frío duro
del
engaño y el sol lento de las aguas inservibles en el barro
y carro de basura
haciendo
de las suyas en los labios emputecidos de la hierba
se
dará cuenta que nada es verdad en este mundo
de
hembras peliagudas y horrorosas tumbas clandestinas
a no
ser el estiércol apagado de las vacas
o
los brebajes mudos de la selva inundando como boas
las
alocadas e incandescentes gonorreas de los curas
por
lo que después de caminar un trecho por el campo
malicioso
de sus sueños / y herido como un sapo
en
las fronteras de concentración de su nostalgia (amapolas y
pecados
y tragos de por medio) no le quedará más remedio
que
repartir desde el fondo de su alma / (en trance con el
principio
de los búhos y las algas malvadas de la tierra) /
estampitas
y monedas y direcciones invisibles
en
el poste milagroso de la esquina
o aquellas
palabras que siempre repetía
como
sombras o limosnas expropiadas a las leyes de la guerra:
“que
cualquiera decida mi destino / la luz abandonada de mi vida”
y luego
de vagar como un mendigo por el corazón
y la
techumbre peligrosa de la infancia / entre la desolación y la lentitud de
las
ortigas incandescentes en el alba
tras
el espectro de los sueños y las nubes trituradas de los parques por el
aceite
y las huellas perversas de los ciegos
terminar
afirmando como un niño en los árboles frutales
y resecos de su madre:
“ya
nada queda en este mundo de mares y pétalos vacíos
Solo
mirar el cielo como bar desarreglado
Y después
de loquearse con las huellas de las hembras
Exterminar
con estos ojos agrietados
Los poderes
y las riquezas inexcusables de la lluvia”
GRAFFITIS
/ a Bob Marley
¿este
soy yo? ¿y por qué?
MILAN
KUNDERA
no te hastíes de la vida
haz algo útil con tu tiempo
arroja cuyes a la hoguera
piedrecitas a los ríos
orina en las iglesias
con la complicidad de los mendigos
y la perversión de los espejos
explota los edificios de los ricos
los sueños de tus hijos
la inseguridad de los misterios
recuerda el salario del vecino
las pisadas del andino
el cache o la tristeza
de las tortugas en invierno
no te quedes en pindinga: sueña
con la libertad de tu destino
con la seguridad inconmovible de las estrellas en el
viento
con tu padre ebrio como un caballo desbocado
porque yo /norka / y mírame bien de perfil o por la
espalda
algún día te cacharé en los mercados
en los rincones destruidos
por el llanto silencioso del canario
yo / el amante juvenil del trago y la mentira
del terokal y la piscina y las combis retorcidas
algún día como un cura hijo de puta te violaré
en los desiertos / en la maleza cachacienta
y morada de tus ojos
que sufren
como parroquia abandonada
el infierno incomprensible y subterráneo de tu anhelo
porque recuerda norka / flaca como cuerda de guitarra
todo es gris
siniestro
malvado
cursi
en los recovecos de la dicha
en las apuestas fijas y descachalandradas de los tedios
por eso existo (como dios) de puro milagro entre los
cuervos
gritando que mi madre es una perra una puta
en los hoteles apachurrados de la nada
y que nadie (a pesar del chicle
y la náusea delirante y atormentada de mi alma)
me toma en cuenta
en esta manda humillante de animales
¿comprendes ahora mi odio literario?
¿mi barbarie existencial?
¿mis dudas y miserias?
¿lo insufrible de mis huellas?
¿a los presos de hambre en los sueños carcomidos de la
pena?
podrás reírte o carcajearte de mi angustia
de la izquierdosa postura de mis huesos amargados
en las cunetas infinitas de los lodos
de mis tragos verticales en la hierba
de mi amistad inalterable
con las hembritas más fáciles y ricotonas en el barrio
incluso putearme cuando veas a los puercos tragarse las
sombras y jazmines y los ocasos y los sueños en mis manos
pero como todo tiene un precio (como dicen los capos y
los militares en la selva) te digo / para joderme y
joderte en mi
negra y emperrechinada tristeza:
para qué diablos tienes tu cabeza de wáter como un huevo
en la
mañana
tus ojos de zamba conchuda bamboleándome como un condón
roto
en las margaritas de los parques:
segurito para no perder la memoria y tu silueta por el
aire
y masturbarte como una lechuza barata por el cine
convertirte en una vieja antes de ir con los soplos a tu
madre
no justifiques (así) pues depravada tu alma
tu infortunio y tus malas notas de cocinera barata
tu corazón (es verdad) mi querida estudiante sin rostro
ya no ama la cama / ni la cocina el domingo
se ha extinguido como mi falo o tu hueco
en los callejones atragantados y facilongos del odio
allí donde los guaguas nacen y se retuercen
sin tener un puto cobre para el combo del día
porque la voz es la voz y el tiempo es el tiempo
y el silencio y la noche las mismas bestias de siempre
no importa: algún día la tierra (nos dicen las
vejestorias
y puntualísimas salamandras de otoño) se abrirá y nos
tragará
como una simple cuculí con zapatos y todo
y así se acabará esta pequeña historia mi querida
alcahueta:
como una simple mentira que nunca se acaba
y que jamás se acabará en esta superficie de tetas
baratas
porque como dicen los cabros del día: somos reyes del
mambo
pisando el poncho a los tombos en noches insomnes de
trago
sin embargo no te olvides por ello de los precios del
alba
de echarte vaselina antes de ir al mercado
y pacharaquearte bien con esos cojudos pelotas de trapo
que se pasan la vida tocando su guitarra en la tarde
porque recuerda (aunque estos caprichos se hundan
en los mondongos eclosionados y desvariados del llanto):
la vida es la vida (rata de mierda)
(ratita de mierda) dorando las aguas
Y ahogando a los hijos
Como pequeños sapitos
en sus sueños vanagloriosos de caca
AL
PEQUEÑO DROGO QUE MURIÓ
EN
MIS BRAZOS
Yo te
he visto clamar sin brazos
FRANCISCO
BENDEZÚ
creciste
vendiendo botellas y huachitos a la luz de la luna
el
tiempo para ti jamás tuvo un recuerdo / un horario
o
una cuarto para gritar como un animal salvaje en los
barracones
de la noche: “la hierba es buena
pero
mejor son las chiquillas para fornicar
entre
las amapolas sarnosas de la lluvia”
por
eso en tus bolsillos guardabas siempre fotos de mujeres
desnudas
que encendían como avisos luminosos tus silencios
tal
como ese abrelatas de cerveza que birlaste en aquel
horroroso
manicomio una mañana donde tus parientes
te
llevaron una noche para que no te faltara algún día tu partida de
defunción
ni ese gato que aullaba contigo como un cerdo
nómade
en tu cama
de
este modo (creían)
nadie
podría echarte tan fácilmente al olvido
ni a
esa rueda de trastos y viejas primaveras humanas
que
son los días después de un sueño lamentable de viejos
mendigos
donde
las agallas del pescado y los bosques del cielo se confunden con la
dentadura
postiza de las doncellas desnudas y
las abuelas putrefactas de tedio
tal
vez por eso (y no por culpa de tu sombra o de algún tonto
o
antiguo asesino o implacable verdugo) habías agarrado la
costumbre
de pegarle a tu madre y robarle las gallinas y los
balones
de gas a tu vecino: para defenderte
de
todas las miserias del orbe
y de
todas las mentiras que crecían como un diluvio en tu
carne sancochada de loro
jamás
supiste (y eso me lo dijiste infinidad de veces
cuando
veíamos - ¿recuerdas? - al pie de los balcones de los
cines derruidos)
que el mundo existía o pretendía existir en su lamento
cornudo
de ancianos
y que para ti era solamente un huevo redondo capaz de
dar miles de vueltas alrededor de tus manos picoteando
las malezas
impredecibles del viento tratando de atravesar como un
cuervo
descocado sin alas los espejos tempestuosos del sueño
y esto te lo digo ahora que estás lejos del tiempo
de todos los frutos que alguna vez soñaste creciendo en
el
terciopelo azul de segunda de tu madre
y sin poner (sobretodo) mi cara de palo porque nunca te
vi enseñar
tu corazón a ninguna hembrita en el barrio
donde perdías como las estrellas batallas de cielo
a pesar de lo cual la policía te siguió persiguiendo
como un perro y dándote de palos en el suelo para cambiar
-según ellos- “el rumbo a tu vida”
después de abandonar a tus padres y conocer las migajas
del ciego y el culo
del atolondrado naufragio / la desolación permanente de
los borrachitos
perdidos / el insomnio inservible del llanto / el
silencio de los locos vagando
como patos sin dueño por los basurales del día
comenzaste a buscar un espejo para saber que quedaba de
ti
en las
ruinas del asqueroso destino
pero no encontraste nada: ni siquiera la angustia feroz
que
deseabas
por eso te fuiste a beber con los mendigos al mar
de los desaliñados olvidos donde contaste “diez”
antes de tirarte a los rieles descorazonados del tiempo
sin saber que tus amigos te llevaríamos flores y cartas
y cerveza los fines de semana a la tumba
fu entonces cuando en medio de ruinas y larvas y aguas
mugrosas cercadas de miedo
(en realidad un poco antes de todo esto que estamos
narrando)
te llevamos a un hospital de provincia
donde nadie clamó siente veces al cielo como lo manda la
biblia
sino que falleciste como una gaviota chillando en mis
brazos
vacíos /
luego de enterrarte al pie de nubes y naranjos podridos
sin ninguna palabra de viento en los labios pero con tu
vieja
linterna (la única
felicidad que aun te quedaba en las manos)
unos patas te pusimos (como una clara despedida de
amigos)
un viejo ramo de olivos en tu pecho raído
que tú -suponemos-
desde las insufribles pesadillas de las piedras y
eucaliptos
sin agua
agradecerás a pesar de tu niebla cansada de espantos
como el mejor y el más infeliz de los inmortales
suicidas.
domingo, 17 de octubre de 2021
Elogio del refrenamiento - José Watanabe
Los hijos de los inmigrantes japoneses escuchamos en nuestra infancia que algún día toda la familia iría a Japón. Era un sueño poco convincente, aun para nuestros padres. El sueño se fue diluyendo y la cultura del entorno nos fue dando a nosotros, sus hijos, una identidad que terminaría siendo irrenunciable. Hoy somos un nuevo grupo de mestizos que forma parte insoslayable del complejo tejido social del Perú.
Mi
padre llegó en 1916. Era un hombre alto y magro. Nunca pude imaginarlo
trabajando como agricultor en los latifundios azucareros de la costa peruana,
adonde empezaron a llegar los inmigrantes desde 1899. Siempre estaba sosegado.
Parecía que todos sus actos tenían un impecable anclaje interior. Esa
contención natural fue el aspecto que más le aprecié, el que más me
impresionaba. Mis hermanos y yo terminamos por controlar nuestras expansiones
ante él. Nunca nos lo pidió, pero de alguna manera supimos que siempre esperaba
de nosotros un comportamiento más discreto, más recogido de maneras. No es que
hayamos reprimido nuestros modos expresivos, sino que aprendimos a no hacer
inútiles aspavientos. Su actitud serena parecía decirnos que hay un orden
natural que no requiere comentarios agregados e innecesarios a nuestros actos.
Pecho adentro pueden estar las tragedias, las intensidades, los abismos, pero
éstos no deben expresarse con largos ademanes.
Hay
ocasiones en que le atribuyo a mi padre algunas de mis reacciones, pero creo
que su actitud modifica especialmente mi conducta en circunstancias críticas.
Ante la adversidad extrema, me viene a veces una pulsión recóndita que me
señala una responsabilidad: sé como tu padre.
En
1986, en un hospital de Alemania, después de escuchar un diagnóstico terrible,
sentí la infinita tentación de descomponerme, de gritar mi angustia e
impotencia. Vino entonces a mí un íntimo reproche y me sentí "la única
impureza en ese cuarto aséptico". Años después, sobreviviente ya, convertí
esa frase en un verso y la continué con otras líneas:
Mas no
patetices. Eres hijo de. No dramatices.
El japonés
se acabó
"picado por el cáncer más bravo que las águilas",
sin dinero
para morfina, pero con qué elegancia, escuchando
con qué
elegancia
las notas
mesuradas primero y luego como mil precipitándose
del kotó
de La Hora
Radial de la Colonia Japonesa.
Esta
conducta de imperturbable serenidad ante una situación límite compuso desde muy
antiguo el modo de ser de nuestros padres. Ellos crecieron escuchando historias
de samurais que luego nos repitieron. Las enseñanzas implícitas en los
argumentos abundaban en la dignidad ante las situaciones límites y,
particularmente, ante la muerte. Abrevio aquí una de esas historias que mi
padre contaba: dos samurais antiguos habían acordado combatir juntos para
defenderse mutuamente las espaldas. En una batalla, uno de ellos fue flechado
en un ojo por los arqueros del bando contrario. El herido se dejó caer cerca de
un árbol mientras su compañero dejaba la espada para auxiliarlo. Se dispuso a
poner su zapatilla en el lado sano del rostro de su amigo para fijarlo y tirar
de la flecha. El herido lo detuvo con un gesto y le susurró: "Nadie, ni
tú, mi honorable amigo, puede poner su zapatilla en mi cara". Enseguida le
indicó que lo ayudara a recostarse en el árbol para esperar, con majestad, la
muerte.
Buscar
una muerte digna y no dejar el cadáver en una posición vergonzosa es parte del
espíritu del Bushido, aquel conjunto de normas éticas con que los samurais
gobernaron durante siete siglos el Japón. Con el tiempo, las normas también
pasaron a determinar la conducta de la sociedad civil. El Bushido nunca fue
escrito pero estaba en el espíritu de todos los japoneses y se transmitía de
modo consuetudinario.
Sospecho
que la influencia de mi padre también está en la contención de lenguaje que me
place practicar. Sé que es imposible explicar convincentemente por qué un poeta
escribe como escribe, pero estoy convencido de que el fraseo poético nace de
nuestro modo de ser, no de los estilos literarios. Podemos abrirnos a todos los
ideales de poesía, pero se decanta en nosotros el que coincide con nuestra
personalidad y se procesa con nuestra biografía. Percepciones poéticas y
lenguaje acaso sean anteriores a nuestro primer y ya lejano poema.
Chikamatsu,
el gran dramaturgo de bunraku, a comienzos del siglo XVIII dijo: "Cantar
los versos con la voz preñada de lágrimas, no es mi estilo. Considero que el
pathos es enteramente una cuestión de refrenamiento. Cuando todas las partes de
un drama están controladas por el refrenamiento, el efecto es más
conmovedor".
Creo
que mi padre nunca conoció a Chikamatsu, pero lo imagino haciéndole una suave
venia de aceptación, especialmente cuando ejercía uno de sus varios oficios, el
de restaurador de vírgenes y santos caseros, aquellas estatuillas que la gente
velaba en las repisas de sus salas o dormitorios. Antes de ser arrastrado por
la aventura hasta el Perú, mi padre había sido un joven estudiante en una
escuela de arte de Okayama. Era budista, pero ponía el más devoto empeño en
resanar las imágenes católicas. Nunca tuvo reclamos, excepto con los Cristos.
Su fe sosegada y sin dramatismos lo llevaba a pintarle a los Crucificados sólo
una herida discreta en el costado. Entonces sus clientes le exigían las huellas
de la pasión, la sangre estridente de la tragedia.
Mi
padre era lector de haikus, que no están lejos de la poética de Chikamatsu. En
medio de los pollos y patos del corral de mi casa, me traducía, entre grandes
pausas reflexivas, esos breves poemas que entonces yo no entendía claramente.
Ese fue el primer lenguaje poético que conocí. El haiku es un ejercicio de
pudor frente al propio descubrimiento de la belleza. El poeta Shoogui dijo:
Lirios del
valle
pensad que
se halla de viaje
el que os
mira.
Shoogui
no quería que los lirios se percataran de su presencia porque, al estar allí,
se sometía al riesgo de tener que escribir el poema. Teóricamente, el haijin, o
escritor de haikus, preferiría no tener que escribir su hallazgo poético.
Desearía que todos los hombres estén junto a él y que todos, unánimemente,
tengan la misma instantánea percepción. Pero está solo. Entonces, sin
afectaciones y del modo más notarial posible, intenta provocar o reproducir en
el lector la experiencia que a él le fue revelada.
Cuando
hablo de la actitud de refrenamiento de mi padre, siento que no le hago
justicia a mi madre. Ella era peruana, hija de braceros de un enclave
azucarero. Los japoneses venían sin pareja y cuando deseaban constituir una
familia recurrían al matrimonio por poder. Previamente, los retratos de los
varones en Perú y de las casaderas en Japón, embellecidos por los retoques
fotográficos, cruzaban el océano en busca de una concertación conyugal. Mi
padre fue uno de los pocos que no siguió esa tendencia endogámica de
"importar" una esposa.
Mi
madre había heredado de sus orígenes andinos la impronta de templanza que lucía
en todas sus actitudes. Pero su contención tenía un matiz de dureza o de aire
áspero. Yo admiraba sus frases. Eran bellas. Estaban relacionadas con cosas
cotidianas que de pronto alcanzaban la densidad de lecciones morales a veces
despiadadas. Muchas de sus frases, pronunciadas como sorpresivos azuzamientos o
estímulos para remontar nuestras debilidades, han terminado imponiéndose en mis
poemas. Nunca terminaré de agradecerle a mi madre su ayuda para sobrevivir con
dignidad: "la olla de barro se hace más dura en el fuego",
sentenciaba desde su altura de jueza o matrona.
jueves, 23 de septiembre de 2021
Paul Eluard - El amor y la poesía
III
Los todopoderosos representantes del deseo
De los graves ojos recién nacidos
Para suprimir la luz
El arco de tus senos tendido por un ciego
Que se acuerda de tus manos
Tu suave cabellera
Son en el río ignorante de tu cabeza
Caricias al filo de la piel.
Y tu boca que enmudece
Puede probar lo imposible.
Paul Éluard
XIV
El sueño ha apresado la huella
Y el color de tus ojos.
XVI
Bocas ávidas de los colores
Y de los besos que las dibujan
Llama hoja agua sensible
Un ala las mantiene en su palma
Una risa les derriba.
XXVII
Los cuervos aletean por los campos
La noche se apaga
Para una cabeza que se despierta
Los blancos cabellos el último sueño
Las manos se hacen luz de su sangre
De sus caricias
Una estrella llamada azul
Y cuya forma es terrestre
Enloquecida por los aullidos
Enloquecida por los sueños
Enloquecida por los capelos del ciclón fraterno
Infancia enloquecida por los fuertes vientos
Cómo harías la hermosa coqueta
No se reirá más
La ignorancia la indiferencia
no revelarán su secreto
Tú no sabes saludar a tiempo
Ni compararte con las maravillas
pero me oyes
Tu boca comparte mi amor
Y es por tu boca
Detrás del vaho de nuestros besos
Por donde estamos unidos.
V
En honor de los mudos de los ciegos de los sordos
Con la gran piedra negra sobre los hombros
Las desapariciones del mundo sin misterio.
Pero también para los demás llamando a las cosas por su
nombre
La quemadura de todas las metamorfosis
La cadena completa de las auroras en la cabeza
Todos los gritos que se obstinan en destruir las palabras
Y que excavan la boca y excavan los ojos
Allí donde los colores con furia deshacen la bruma de la
espera
Levantan el amor contra la vida que sueñan los muertos
Los sobrevivientes que comparten los demás y son esclavos
delo amor
Lo mismo que se puede ser esclavo de la libertad.
VI
La vida está sometida a las armas que amenazan
Y asesina todo aquello que la ha comprendido
Muestra tu sangre madre de los espejos
Semejanza muestra tu sangre
Y que la fuente de los días sencillos se seque
De vergüenza lo mismo que los crepúsculos.
VII
La ignorancia de cantan en la noche
Donde la risa pierde todos sus colores
Donde los dementes que la devoran
Se embriagan con una gota de sangre
Que resplandece entre los glaciares
Las grandes emigraciones de la carne
Entre las osamentas y el cansancio
Al frente la muerte a fuego lento
Y los vasos desprovistos de alcohol
Que se agitan como el ave de cabeza
El silencio mantiene dentro del pecho
Las antorchas apagadas del corazón
Y entre los astros inmemoriales
Las llanuras prolongan las tormentas
Y los besos se multiplican
En los grandes reflectores de los sueños.
IX
Los ojos quemados del bosque
La máscara desconocida mariposa aventurera
En las absurdas prisiones
Los diamantes del corazón
Collar del crimen.
Las amenazas enseñan los dientes
Muerden la risa
Arrancan las plumas del viento
Las hojas muertas de la huida.
El hambre cubierta de inmundicia
Abraza al fantasma del trigo
El terror hecho andrajos atraviesa los muros
Las pálidas llanuras imitan al frío.
Solo dolor arde.
XV
Danzante débil que por las esquinas
Adelanta su angosto pecho
Su fatiga está en una madriguera
La noche lame las vertebras
La tierra muerde su destino
Yo estoy sobre el tejado
Tú no llegarás nunca.
I
Yo escondo los sombríos tesoros
De las desconocidas mansiones
El corazón de los bosques el sueño
De una bengala ardiente
El horizonte nocturno
Que me corona
Yo voy con la cabeza por delante
Saludando de un nuevo secreto
El nacimiento de las imágenes.
VII
Dónde escondéis el pico solo
Vuestras alas qué despiertan solo
Unas bolas de manos el poder absoluto solo
Y el prestigio de las rapaces por encima solo
Las ruinas de los espinos solo
El huevo de las manos encantadas inagotables solo
Los dedos que hacen el signo del cero solo
El agua que tiende la mano al zócalo de las cascadas solo
La nieve y sus sollozos a lo lejos solo
La noche marchita la tierra ausente solo.
I
Mi presencia no está aquí
Estoy vestido de mí mismo
No hay mas planeta que el tuyo
La claridad existe sin mí.
Nacida de mi mano en mis ojos
Y desviándome de mi sendero
La sombra me impide caminar
Sobre mi corona de universo
En el gran espejo habitable
Donde la costumbre y la sorpresa
Una tras otra crean el hastío.
IV
Siempre es de noche cuando duermo
Noche supuesta imaginaria
Que empaña al despertar las transparencias
La noche gasta la vida y al liberar mis ojos
Jamás encuentran anda que tanga su poder.
VI
De noche los ojos más confiados niegan
Hasta la extenuación
De noche todo desierto
La mirada se pierde en una soledad de tinta.
I
Una vasta retirada horizontes desaparecidos
Un mundo suficiente guarida de la libertad
Las semejanzas no guardan relación
Chocan.
Las heridas de la luz
Los latidos de los párpados
Y mi corazón que combate
Perpetua novedad de las negaciones
Las iras has prestado juramento
Muy pronto leeré en tus venas
Tu sangre te traspasa y te ilumina
Un nuevo astro del amor se eleva por todas partes.
VII
Recelosa de la realidad
La crisis y su risa de cubo de basura
La crucifixión histérica
Y sus senderos quemados
La cornada del fuego
Los grilletes de la prolongación
El contacto enmascarado de podredumbre
Las mordazas del alarido
Y las súplicas de ciego
Los pulpos tienen otras cuerdas en su arco
Otros arcoíris en los ojos.
Tú no llorarás
No vaciarás estas alforjas de polvo
Y de felicidades
Tú vas de una cosa a otra
Por el camino más corto el de los monstruos.
Fragmentos
“Los pájaros ya no son un refugio suficiente
Ni la pereza ni el cansancio
[…]
Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche.
[…]
Una escritura de algas solares
[…]
Tan serena apagada calcinada la piel gris
Predilecta de la noche presa en sus flores de escarcha
Apenas contiene de la luz sino las formas.
[…]
Bajos las nubes de sus párpados
Su cabeza se duerme en mis manos
[…]
Ahechada de pasión ahechada de amor sin amar a nadie
Ella se forja inconmensurables dolores
Y todas sus razones para sufrir desaparecen.
[…]
Las nubes esconden tu sombra
[…]
Tus ojos persiguen la luz.
[…]
Todo lo que se repite es incomprensible
Tú naces en un espejo
Delante de mi antigua imagen.
[…]
Afuera todo es mortal
Y sin embargo todo se halla afuera
En la piel de la abundancia.
Ni crimen de plomo
Ni justicia de pluma
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Lo mismo hacen las fugitivas flores
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Todo lo obstruye y completamente azul
[…]
Aquí para abrirnos los ojos
Sólo las cenizas se mueven.
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El búho el cuervo el buitre
No creo en los demás pájaros
[…]
Las estrellas han reemplazado a la noche "