miércoles, 31 de agosto de 2016

El genio niño - Charles Baudelaire

Las Confesiones datan de 1822 y los Suspiria, que son su continuación y que los completan, fueron escritos en 1845. También, el tono si no a ser totalmente diferente, si resulta más grave, más triste, más resignado. Mientras recorría tantas y tantas veces estas extraordinarias páginas, no podía impedirme divagar sobre las diferentes metáforas de las que se sirven los poetas para describir al hombre que ha regresado de las batallas de la vida; es el viejo marinero con la espalda encorvada, con la cara trabajada por una red inextricable de arrugas, que acerca al calor del hogar una heroica armadura escapada de mil aventuras; es el viajero que al anochecer vuelve la cabeza hacia los campos que ha cruzado por la mañana y que recuerda, con enternecimiento y tristeza, las mil fantasías de las que estaba poseído su cerebro mientras atravesaba aquellas regiones, ahora vaporizadas en horizontes. Es lo que, de una manera general, me gustaría llamar el tono del fantasma: un acento que sin ser sobre natural es casi extra humano, mitad terrestre y mitad extraterrestre, que encontramos a veces en las Memorias de ultratumba, cuando, acallados la cólera y el orgullo herido, el desprecio del gran René por las cosas de la tierra pasa a ser totalmente desinteresado. 
La Introducción de los suspiria nos revela que el comedor de opio, a pesar del heroísmo desplegado en su paciente curación, ha tenido una segunda y una tercera recaídas. Es lo que el llama a third prostration before the dark idol. Incluso omitiendo las razones fisiológicas que alega como excusa, como el no haber controlado con la suficiente prudencia su abstinencia, creo que era fácil proveer este infortunio. Pero esta vez ya no se va a tratar de lucha ni de rebelión. La lucha y la rebelión implican siempre una cierta cantidad de esperanza, mientras que el desespero es mudo. Los peores sufrimientos se resignan allí donde no hay remedio. Las puertas, antes abiertas para el regreso, se han vuelto a cerrar y el hombre camina dócilmente hacia su destino.
¡Suspiria de profundis! El título viene muy a propósito.
El autor deja de insistir en persuadirnos de que las Confesiones habían sido escritas, al menos en parte, pensando en la salud pública. Tenían por objeto, nos dice con más franqueza, mostrar el poder del opio en aumentar la facultad natural del ensueño. 
Las Confesiones nos han contado los accidentes que podrían haber legitimado el empleo del opio. Pero hasta ahora ha habido en todo este relato dos lagunas importantes, una que hace referencia a los sueños engendrados por el opio durante la estancia del autor en la Universidad (es lo que él llama las Visiones de Oxford); otra, el relato de las impresiones de su niñez. De este modo, tanto en la primera parte como en la segunda, la biografía servirá para explicar y verificar, por decirlo así, las misteriosas aventuras del cerebro. Es en las notas relativa a la niñez donde encontraremos el germen de los extraños ensueños del hombre adulto y, mejor dicho, de su genio. Todos los biógrafos han comprendido, de manera más o menos total, la importancia delas anécdotas que se refieren a la niñez de un escritor o de un artista. Pero creo que esta importancia no ha sido nunca suficientemente ratificada. Con frecuencia, mientras contemplaba una obra de arte, no en su materialidad, fácilmente captable, en los jeroglíficos demasiados claros de sus contornos o en el evidente sentido de sus temas, sino en el alma de la que están dotados, en la impresión atmosférica que comportan, en la luz o en las tinieblas espirituales que derraman sobre nuestras almas, me he sentido penetrar por la infancia de sus autores. Un pequeño disgusto, una pequeña alegría de niño, agrandados desmesuradamente por una exquisita sensibilidad, se convierten más tarde en el hombre adulto, incluso a pesar suyo, en el principio de una obra de arte. En resumen, para expresarme de una manera más concisa, ¿no resultaría fácil demostrar, por una comparación filosófica entre las obras de un artista maduro y el estado de su espíritu cuando era niño, que el genio no es más que la infancia netamente formulada, ahora dotada, para expresarse, de órganos viriles y potentes? No pretendo, sin embargo, lanzar esta idea a la psicología como algo más que una pura conjetura. 
Vamos  pues a analizar rápidamente las principales impresiones de la niñez del comedor de opio, a fin de hacer más inteligibles los sueños que en Oxford hacían normalmente parte de su cerebro. El lector no debe olvidar que se trata de un viejo que cuenta su niñez, con sutileza y que, en fin, revisa y considera esta infancia, origen de sueños posteriores, a través del medio mágico de este ensueño, es decir, de las densidades transparentes del opio.

 

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