domingo, 17 de octubre de 2021

Elogio del refrenamiento - José Watanabe

 Los hijos de los inmigrantes japoneses escuchamos en nuestra infancia que algún día toda la familia iría a Japón. Era un sueño poco convincente, aun para nuestros padres. El sueño se fue diluyendo y la cultura del entorno nos fue dando a nosotros, sus hijos, una identidad que terminaría siendo irrenunciable. Hoy somos un nuevo grupo de mestizos que forma parte insoslayable del complejo tejido social del Perú.

        Mi padre llegó en 1916. Era un hombre alto y magro. Nunca pude imaginarlo trabajando como agricultor en los latifundios azucareros de la costa peruana, adonde empezaron a llegar los inmigrantes desde 1899. Siempre estaba sosegado. Parecía que todos sus actos tenían un impecable anclaje interior. Esa contención natural fue el aspecto que más le aprecié, el que más me impresionaba. Mis hermanos y yo terminamos por controlar nuestras expansiones ante él. Nunca nos lo pidió, pero de alguna manera supimos que siempre esperaba de nosotros un comportamiento más discreto, más recogido de maneras. No es que hayamos reprimido nuestros modos expresivos, sino que aprendimos a no hacer inútiles aspavientos. Su actitud serena parecía decirnos que hay un orden natural que no requiere comentarios agregados e innecesarios a nuestros actos. Pecho adentro pueden estar las tragedias, las intensidades, los abismos, pero éstos no deben expresarse con largos ademanes.

        Hay ocasiones en que le atribuyo a mi padre algunas de mis reacciones, pero creo que su actitud modifica especialmente mi conducta en circunstancias críticas. Ante la adversidad extrema, me viene a veces una pulsión recóndita que me señala una responsabilidad: sé como tu padre.

        En 1986, en un hospital de Alemania, después de escuchar un diagnóstico terrible, sentí la infinita tentación de descomponerme, de gritar mi angustia e impotencia. Vino entonces a mí un íntimo reproche y me sentí "la única impureza en ese cuarto aséptico". Años después, sobreviviente ya, convertí esa frase en un verso y la continué con otras líneas:

Mas no patetices. Eres hijo de. No dramatices.

El japonés

se acabó "picado por el cáncer más bravo que las águilas",

sin dinero para morfina, pero con qué elegancia, escuchando

con qué elegancia

las notas mesuradas primero y luego como mil precipitándose

del kotó

de La Hora Radial de la Colonia Japonesa.

 

        Esta conducta de imperturbable serenidad ante una situación límite compuso desde muy antiguo el modo de ser de nuestros padres. Ellos crecieron escuchando historias de samurais que luego nos repitieron. Las enseñanzas implícitas en los argumentos abundaban en la dignidad ante las situaciones límites y, particularmente, ante la muerte. Abrevio aquí una de esas historias que mi padre contaba: dos samurais antiguos habían acordado combatir juntos para defenderse mutuamente las espaldas. En una batalla, uno de ellos fue flechado en un ojo por los arqueros del bando contrario. El herido se dejó caer cerca de un árbol mientras su compañero dejaba la espada para auxiliarlo. Se dispuso a poner su zapatilla en el lado sano del rostro de su amigo para fijarlo y tirar de la flecha. El herido lo detuvo con un gesto y le susurró: "Nadie, ni tú, mi honorable amigo, puede poner su zapatilla en mi cara". Enseguida le indicó que lo ayudara a recostarse en el árbol para esperar, con majestad, la muerte.

        Buscar una muerte digna y no dejar el cadáver en una posición vergonzosa es parte del espíritu del Bushido, aquel conjunto de normas éticas con que los samurais gobernaron durante siete siglos el Japón. Con el tiempo, las normas también pasaron a determinar la conducta de la sociedad civil. El Bushido nunca fue escrito pero estaba en el espíritu de todos los japoneses y se transmitía de modo consuetudinario.

        Sospecho que la influencia de mi padre también está en la contención de lenguaje que me place practicar. Sé que es imposible explicar convincentemente por qué un poeta escribe como escribe, pero estoy convencido de que el fraseo poético nace de nuestro modo de ser, no de los estilos literarios. Podemos abrirnos a todos los ideales de poesía, pero se decanta en nosotros el que coincide con nuestra personalidad y se procesa con nuestra biografía. Percepciones poéticas y lenguaje acaso sean anteriores a nuestro primer y ya lejano poema.

        Chikamatsu, el gran dramaturgo de bunraku, a comienzos del siglo XVIII dijo: "Cantar los versos con la voz preñada de lágrimas, no es mi estilo. Considero que el pathos es enteramente una cuestión de refrenamiento. Cuando todas las partes de un drama están controladas por el refrenamiento, el efecto es más conmovedor".

        Creo que mi padre nunca conoció a Chikamatsu, pero lo imagino haciéndole una suave venia de aceptación, especialmente cuando ejercía uno de sus varios oficios, el de restaurador de vírgenes y santos caseros, aquellas estatuillas que la gente velaba en las repisas de sus salas o dormitorios. Antes de ser arrastrado por la aventura hasta el Perú, mi padre había sido un joven estudiante en una escuela de arte de Okayama. Era budista, pero ponía el más devoto empeño en resanar las imágenes católicas. Nunca tuvo reclamos, excepto con los Cristos. Su fe sosegada y sin dramatismos lo llevaba a pintarle a los Crucificados sólo una herida discreta en el costado. Entonces sus clientes le exigían las huellas de la pasión, la sangre estridente de la tragedia.

        Mi padre era lector de haikus, que no están lejos de la poética de Chikamatsu. En medio de los pollos y patos del corral de mi casa, me traducía, entre grandes pausas reflexivas, esos breves poemas que entonces yo no entendía claramente. Ese fue el primer lenguaje poético que conocí. El haiku es un ejercicio de pudor frente al propio descubrimiento de la belleza. El poeta Shoogui dijo:

Lirios del valle

pensad que se halla de viaje

el que os mira.

 

        Shoogui no quería que los lirios se percataran de su presencia porque, al estar allí, se sometía al riesgo de tener que escribir el poema. Teóricamente, el haijin, o escritor de haikus, preferiría no tener que escribir su hallazgo poético. Desearía que todos los hombres estén junto a él y que todos, unánimemente, tengan la misma instantánea percepción. Pero está solo. Entonces, sin afectaciones y del modo más notarial posible, intenta provocar o reproducir en el lector la experiencia que a él le fue revelada.

        Cuando hablo de la actitud de refrenamiento de mi padre, siento que no le hago justicia a mi madre. Ella era peruana, hija de braceros de un enclave azucarero. Los japoneses venían sin pareja y cuando deseaban constituir una familia recurrían al matrimonio por poder. Previamente, los retratos de los varones en Perú y de las casaderas en Japón, embellecidos por los retoques fotográficos, cruzaban el océano en busca de una concertación conyugal. Mi padre fue uno de los pocos que no siguió esa tendencia endogámica de "importar" una esposa.

        Mi madre había heredado de sus orígenes andinos la impronta de templanza que lucía en todas sus actitudes. Pero su contención tenía un matiz de dureza o de aire áspero. Yo admiraba sus frases. Eran bellas. Estaban relacionadas con cosas cotidianas que de pronto alcanzaban la densidad de lecciones morales a veces despiadadas. Muchas de sus frases, pronunciadas como sorpresivos azuzamientos o estímulos para remontar nuestras debilidades, han terminado imponiéndose en mis poemas. Nunca terminaré de agradecerle a mi madre su ayuda para sobrevivir con dignidad: "la olla de barro se hace más dura en el fuego", sentenciaba desde su altura de jueza o matrona.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Paul Eluard - El amor y la poesía

 

III

 

Los todopoderosos representantes del deseo

De los graves ojos recién nacidos

Para suprimir la luz

El arco de tus senos tendido por un ciego

Que se acuerda de tus manos

Tu suave cabellera

Son en el río ignorante de tu cabeza

Caricias al filo de la piel.

Y tu boca que enmudece

Puede probar lo imposible.

Paul Éluard

 

XIV

El sueño ha apresado la huella

Y el color de tus ojos.

 

XVI

Bocas ávidas de los colores

Y de los besos que las dibujan

Llama hoja agua sensible

Un ala las mantiene en su palma

Una risa les derriba.

 

 

XXVII

 

Los cuervos aletean por los campos
La noche se apaga
Para una cabeza que se despierta
Los blancos cabellos el último sueño
Las manos se hacen luz de su sangre
De sus caricias

 

Una estrella llamada azul
Y cuya forma es terrestre

 

Enloquecida por los aullidos
Enloquecida por los sueños
Enloquecida por los capelos del ciclón fraterno
Infancia enloquecida por los fuertes vientos
Cómo harías la hermosa coqueta

 

No se reirá más
La ignorancia la indiferencia
no revelarán su secreto
Tú no sabes saludar a tiempo
Ni compararte con las maravillas
pero me oyes
Tu boca comparte mi amor
Y es por tu boca
Detrás del vaho de nuestros besos
Por donde estamos unidos.

 

V

En honor de los mudos de los ciegos de los sordos

Con la gran piedra negra sobre los hombros

Las desapariciones del mundo sin misterio.

 

Pero también para los demás llamando a las cosas por su nombre

La quemadura de todas las metamorfosis

La cadena completa de las auroras en la cabeza

Todos los gritos que se obstinan en destruir las palabras

 

Y que excavan la boca y excavan los ojos

Allí donde los colores con furia deshacen la bruma de la espera

Levantan el amor contra la vida que sueñan los muertos

Los sobrevivientes que comparten los demás y son esclavos delo amor

Lo mismo que se puede ser esclavo de la libertad.

 

VI

 

La vida está sometida a las armas que amenazan

Y asesina todo aquello que la ha comprendido

Muestra tu sangre madre de los espejos

Semejanza muestra tu sangre

Y que la fuente de los días sencillos se seque

De vergüenza lo mismo que los crepúsculos.

 

VII

 

La ignorancia de cantan en la noche

Donde la risa pierde todos sus colores

Donde los dementes que la devoran

Se embriagan con una gota de sangre

Que resplandece entre los glaciares

 

Las grandes emigraciones de la carne

Entre las osamentas y el cansancio

Al frente la muerte a fuego lento

Y los vasos desprovistos de alcohol

Que se agitan como el ave de cabeza

 

El silencio mantiene dentro del pecho

Las antorchas apagadas del corazón

Y entre los astros inmemoriales

Las llanuras prolongan las tormentas

Y los besos se multiplican

 

En los grandes reflectores de los sueños.

IX

 

Los ojos quemados del bosque

La máscara desconocida mariposa aventurera

En las absurdas prisiones

Los diamantes del corazón

Collar del crimen.

 

Las amenazas enseñan los dientes

Muerden la risa

Arrancan las plumas del viento

Las hojas muertas de la huida.

 

El hambre cubierta de inmundicia

Abraza al fantasma del trigo

El terror hecho andrajos atraviesa los muros

Las pálidas llanuras imitan al frío.

 

Solo dolor arde.

 

XV

 

Danzante débil que por las esquinas

Adelanta su angosto pecho

Su fatiga está en una madriguera

La noche lame las vertebras

La tierra muerde su destino

Yo estoy sobre el tejado

Tú no llegarás nunca.

 

I

 

Yo escondo los sombríos tesoros

De las desconocidas mansiones

El corazón de los bosques el sueño

De una bengala ardiente

El horizonte nocturno

Que me corona

Yo voy con la cabeza por delante

Saludando de un nuevo secreto

El nacimiento de las imágenes.

 

VII

 

Dónde escondéis el pico solo

Vuestras alas qué despiertan solo

Unas bolas de manos el poder absoluto solo

Y el prestigio de las rapaces por encima solo

Las ruinas de los espinos solo

El huevo de las manos encantadas inagotables solo

Los dedos que hacen el signo del cero solo

El agua que tiende la mano al zócalo de las cascadas solo

La nieve y sus sollozos a lo lejos solo

La noche marchita la tierra ausente solo.

 

I

Mi presencia no está aquí

Estoy vestido de mí mismo

No hay mas planeta que el tuyo

La claridad existe sin mí.

 

Nacida de mi mano en mis ojos

Y desviándome de mi sendero

La sombra me impide caminar

Sobre mi corona de universo

En el gran espejo habitable

Donde la costumbre y la sorpresa

Una tras otra crean el hastío.

 

IV

 

Siempre es de noche cuando duermo

Noche supuesta imaginaria

Que empaña al despertar las transparencias

La noche gasta la vida y al liberar mis ojos

Jamás encuentran anda que tanga su poder.

 

VI

 

De noche los ojos más confiados niegan

Hasta la extenuación

De noche todo desierto

La mirada se pierde en una soledad de tinta.

 

I

 

Una vasta retirada horizontes desaparecidos

Un mundo suficiente guarida de la libertad

Las semejanzas no guardan relación

Chocan.

 

Las heridas de la luz

Los latidos de los párpados

Y mi corazón que combate

Perpetua novedad de las negaciones

Las iras has prestado juramento

Muy pronto leeré en tus venas

Tu sangre te traspasa y te ilumina

Un nuevo astro del amor se eleva por todas partes.

 

 

 

VII

 

Recelosa de la realidad

La crisis y su risa de cubo de basura

La crucifixión histérica

Y sus senderos quemados

La cornada del fuego

Los grilletes de la prolongación

El contacto enmascarado de podredumbre

Las mordazas del alarido

Y las súplicas de ciego

Los pulpos tienen otras cuerdas en su arco

Otros arcoíris en los ojos.

 

Tú no llorarás

No vaciarás estas alforjas de polvo

Y de felicidades

Tú vas de una cosa a otra

Por el camino más corto el de los monstruos.

 

 

 

 

 

 

 

              Fragmentos

 

“Los pájaros ya no son un refugio suficiente

Ni la pereza ni el cansancio

 

[…]

 

Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche.

 

[…]

 

Una escritura de algas solares

 

[…]

 

Tan serena apagada calcinada la piel gris

Predilecta de la noche presa en sus flores de escarcha

Apenas contiene de la luz sino las formas.

 

[…]

 

Bajos las nubes de sus párpados

Su cabeza se duerme en mis manos

 

[…]

 

Ahechada de pasión ahechada de amor sin amar a nadie

Ella se forja inconmensurables dolores

Y todas sus razones para sufrir desaparecen.

 

[…]

 

Las nubes esconden tu sombra

 

[…]

Tus ojos persiguen la luz.

 

[…]

Todo lo que se repite es incomprensible

Tú naces en un espejo

Delante de mi antigua imagen.

[…]

 

Afuera todo es mortal

Y sin embargo todo se halla afuera

 […]


 Pero todo es semejante

En la piel de la abundancia.

 […]

 

Ni crimen de plomo

Ni justicia de pluma

 

[…]

 

Lo mismo hacen las fugitivas flores

 

[…]

 

Todo lo obstruye y completamente azul

 

[…]

 

Aquí para abrirnos los ojos

Sólo las cenizas se mueven.

 

[…]

 

El búho el cuervo el buitre

No creo en los demás pájaros

 

[…]

 

Las estrellas han reemplazado a la noche "



sábado, 9 de enero de 2021

Alberto Fuguet - Fragmento de Tránsitos

 

Está de moda, es transversal, piola, unplugged, discreta. Incluso se agota. Una huelga en el laboratorio en Brasil donde se fabrica y buena parte del continente queda ansioso, con la cabeza ruidosa, tenso. El Ravotril te hace ser menos que más y nadie se da cuenta a no ser que te quedes dormido frente a ellos, algo que, por lo demás, es un mito urbano: más que dormirse, el que se duerme es tu demonio interno, tu pasajero oscuro que transpira helado, al que ciertas situaciones incómodas o expuestas les da resortijones, pánico, una sensación de concentrar todas las miradas y las opiniones (negativas) en su nuca. El Ravotril es digno y te deja digno: no te hace sudar, gritar, vomitar o decir cosas que nunca has siquiera pensado. No tiene resaca. Dicen que eventualmente te afecta la memoria, te borra tu disco duro. ¿Es eso malo? Si quisieras recordar todo, ¿usarías esta pastilla de vez en cuando? El Ravotril tiene la discreción de no hacer que tus ojos se coloquen rojos. No huele ni te hace oler distinto. Se puede usar para fiestas o mezclar, como aperitivo, antes de un buen vaso de Jameson con Ginger-Ale para así entrar en un estado zen-cool, pero su misión —su meta, su credo— es que te olvides de que estás en una fiesta. O que creas que no hace falta ir a fiestas o que una fiesta puede ser entre dos personas.

O contigo mismo.

Es una droga personal, sí, autista acaso, solitaria, como un iPod. Es para relajarte o para desconectarte. Para calmarte, para pasar el mal rato, para bajar sin que se te apague la tele, sin que termines quién sabe dónde. Es como almohada-de-seguridad, la polera de la buena suerte, una frazada especial. No te ayuda a conectarte y empezar a manosear a otros. No es la droga del amor o de las discos, no. El Ravotril (Rivotril en casi todas partes) es , más bien, para atajar la ansiedad y para que no te manosees tú. Es la droga para aquellos que sienten que les falta amor o que ese amor está empezando a destruirlos.

De pronto, apareció y ahora está en todas partes: la usan desde ejecutivos y médicos hasta políticos (el ex Ministro del Interior de Chile, desde luego, como me lo contó, sin darse cuenta, creo, lo que luego provocó una controversia algo hipócrita, una vez que salió la entrevista). Es absolutamente transversal: actores, campeones de Haikido, dueñas de casa desesperadas y profesores fatigados, editores de revistas y poetas cesantes; es cas un rito de paso para entrar a la adultez. Los más ansiosos usan la modalidad sublingual que funciona como una inyección de heroína. Es quizás una de las razones por la que la gente va al sicólogo (siquiatra, más bien, porque es con receta retenida). Su uso es tan amplio que, como la cocaína en los 80, la consumen aquellos con demasiados problemas o aquellos que no tienen ninguno.

            Es sin duda, el nuevo Válium, pero posee menos estigma, es más asexual y esta menos relacionado a la histeria o a actrices-de-cine-suicidas. De hecho, aún no hay una novela best seller o una película sobre adictos al Clonazepam porque, al parecer, más que una adicción, usar Rivotril es una forma de enfrentar el mundo o, quizás, se toma para que el mundo no te aplaste. El Rivotril (¿por qué en Chile se llama Ravotril?, ¿Qué paso, Roche?) no es la droga que quieres para ir a una fiesta rave, pero sí para arrastrarte al cumpleaños de tu suegro. No es una manera para huir del mundo en una performance alucinógena o para ingresar a otros territorios o para vivirlos al límite: es para que no te afecte todo tanto y puedas descansar. Estas pastillitas ranuradas (entre rosadas y anaranjadas en versión de 0.5; blancas cuando son 2.0) que saben un poco a tiza son para la gente que sueña darse tinas largas o pasarse un día en un spa dentro del vapor pero que nunca lo ha hecho. Es para no colapsar en una presentación pública. Es para dormir sin soñar en lo que tienes que hacer el día siguiente o en lo que no debiste hacer esa tarde.

            Ravotril es, sin rigor, Clonazepam y su fin es ser una suerte de caja de emergencia durante crisis de pánico. Nunca he tenido una, pero supongo que uno vive en crisis y el pánico a veces es literal (pánico a la gente, a hablar en público, a tener tantas ideas en la cabeza). Hay dealers que te la consiguen y doctores y dentistas y kinesiólogos empáticos que te hacen una receta porque esta es una droga que legalmente no ha ido prohibida como la cocaína pero que merece una estrella verde impresa en su caja, lo que implica receta detenida. Pero no es imposible de conseguir. Ni la receta ni la caja. Perú es el paraíso número uno, no necesitas nada excepto tu deseo de paz para ingresar a una farmacia y comprar la cajita feliz; si consideras que es muy cara, incluso venden un genérico amarillento. En México piden receta, pero basta conseguirla con médicos que te recomiendan en ciertas farmacias. Los amigos se las pasan y hasta uno me ha regalado, de buena onda, una tira. Pero el que busca, encuentra. Si te operan, piden; si vas al dentista, no es malo aprovechar para que te hagan una receta. Uno se arma su stock. O parte neurólogo (lo he hecho y digo la verdad: soy escritor, mi cabeza funciona a veces demasiado y altera mi sueño, mis nervios).

           Conocí el Ravotril editando mi primera película. Me lo pasó mi editora, lo que ahora me hace más que sentido. Y me consiguió una receta con un amigo que era doctor pero que era amigo de ella antes y sentía que cada vez que hacía recetas de Ravotril —gratis— estaba ayudando al mundo. Supongo que si tomas cinco o seis pastillas o quizás más de 2 mg puedes matarte o dormir seis días, pero el Ravotril no es una pastilla para dormir exactamente aunque logra que lo hagas: en aviones, de noche y, cuando siento que estoy muy estresado, tomo medio para dormir una siesta de cuatro horas. Como toda droga, depende de tu estado de ánimo: si estás expulsando adrenalina, te hace bajar.

            Durante el rodaje de Velódromo, partíamos el trabajo repartiéndonos trozos de la pastilla entre el equipo clave como si fueran hostias y a veces pienso que eso le dio a la película un tono más calmado. Si uno, al revés, está en extremo calmo, un Ravotril de 0.5 te puede tirar al suelo. Otro amigo dice que lo usa porque le cuesta que se “le apague la tele”, que es lo contrario a lo que sucede cuando, en efecto, se te apaga la tele al mezclar alcohol con sustancias varias.

            Más recientemente, confieso que la uso para viajar o tratar de dormir en aviones; antes de firmar libros en una FIL (aquí es cuando uno admira la profesión de prostitutas y travestis que se paran en la esquina y esperan clientes); estrenando una película y, curiosamente, cuando te llevas una hora o más escribiendo total y absolutamente concentrado hasta que sientes que de tus dedos saldrá sangre o quizás, como dijo REM hace décadas, “I said too much”. Escribir desde adentro, ya sea literatura o un guion o un ensayo, a veces te deja alterado, desnudo, con los nervios demasiado expuestos. Si además abusaste del café (varios shots de espresos), necesitas algo para rearmarte, resarcirte, volver a juntar los trozos o secretos o confesiones o fantasías que dejaste en el papel. Guardar y 0.5 y cerrar el Air y salir a la calle, ojalá a nadar, a correr, a caminar, a hacer algo que te aleje de lo que escribiste para que puedas olvidarlo y que se quede ahí, reposando, lejos de ti.

            Insisto: Ravotril no es para ir de farra; es para que tu farra interna (positiva o negativa) se calme. Es un ansiolítico. Hay gente que lo usa para aplacar el miedo a volar; yo tiendo a usarlo cuando escribo mucho y quedo arriba. En ese sentido es como el alcohol de los que no toman. El Ravotril no te hace sentir más; te hace sentir menos.

            Y eso a veces es una buena sensación.