domingo, 9 de octubre de 2016

Función revolucionaria del pensamiento - César Vallejo


La confusión es fenómeno de carácter orgánico y permanente en la sociedad burguesa. La confusión se densifica más cuando se trata de problemas confusos ya por los propios términos históricos de su enunciado. Esto último ocurre con el problema, flamante y, a la vez, viejo, de los deberes del intelectual ante la revolución. Es ya intrincado este problema tal como lo plantea el materialismo histórico. Al ser formulado o simplemente esbozado por los intelectuales burgueses, toma el aspecto de un caos insoluble.

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Empecemos recordando el principio que atribuye al pensamiento una naturaleza y una función exclusivamente finalistas. Nada se piensa ni se concibe, sino con el fin de encontrar los medios de servir a necesidades e intereses precisos de la vida. La psicología tradicional, que veía en el pensamiento un simple instrumento de contemplación pura, desinteresada y sin propósito concreto de subvenir a una necesidad, también concreta, de la vida, ha sido radicalmente derogada. La inflexión finalista de todos los actos del pensamiento, es un hecho de absoluto rigor científico, cuya vigencia para la elaboración de la historia, se afirma más y más en la explicación moderna del espíritu.

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Hasta la metafísica y la filosofía a base de fórmulas algebraicas, de puras categorías lógicas, sirven, subconscientemente, a intereses y necesidades concretas, aunque "refoulés", del filósofo, relativas a su clase social, a su individuo o a la humanidad. Lo mismo acontece a los demás intelectuales y artistas llamados "puros". La poesía "pura" de Paul Valéry, la pintura "pura" de Gris, la música "pura" de Schoenberg, -bajo un aparente alejamiento de los intereses, realidades y formas concretas de la vida- sirven, en el fondo, y subconscientemente, a estas realidades, a tales intereses y a cuales formas.

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"Los filósofos, -dice Marx- no han hecho hasta ahora sino interpretar el mundo de diversas maneras. De lo que se trata es de transformarlo". Lo mismo puede decirse de los intelectuales y artistas en general. La función finalista del pensamiento ha servido en ellos únicamente para interpretar -dejándolos intactos- los intereses y demás formas vigentes de la vida, cuando debía servir para transformarlos. El finalismo del pensamiento ha sido conservador, en vez de ser revolucionario.
El punto de partida de esta doctrina transformadora o revolucionaria del pensamiento, arranca de la diferencia fundamental entre la dialéctica idealista de Hegel y la dialéctica materialiara de Marx. "Bajo su forma mística -dice Marx- la dialéctica- se hizo una moda alemana, porque ella parecía aureolar el estado de cosas existentes". Bajo su forma racional, la dialéctica, a los ojos de la burguesía y de sus profesores, no es más que escándalo y horror, porque, al lado de la comprensión positiva de lo que existe, ella engloba, a la vez, la comprensión de la negación y de la ruina necesaria del estado de cosas existente. La dialéctica concibe cada forma en el flujo del movimiento, es decir, en su aspecto transitorio. Ella no se inclina ante nada y es, por esencia, crítica y revolucionaria.

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El objeto o materia del pensamiento transformador radica en las cosas y hechos de presencia inmediata, en la realidad tangible y envolvente. El intelectual revolucionario opera siempre cerca de la vida en carne y hueso, frente a los seres y fenómenos circundantes. Sus obras son vitalistas. Su sensibilidad y su método son terrestres (materialistas, en lenguaje marxista), es decir, de este mundo y no de ningún otro, extraterrestre o cerebral. Nada de astrología ni de cosmogonía. Nada de masturbaciones abstractas ni de ingenio de bufete. El intelectual revolucionario desplaza la fórmula mesiánica, diciendo: "mi reino es de este mundo".

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El intelectual revolucionario, por la naturaleza transformadora de su pensamiento y por su acción sobre la realidad inmediata, encarna un peligro para todas las formas de vida que le rozan y que él trata de derogar y de sustituir por otras nuevas, más justas y perfectas. Se convierte en un peligro para las leyes, costumbres y relaciones sociales reinantes. Resulta así el blanco por excelencia de las persecuciones y represalias del espíritu conservador. "Es Anaxágoras, desterrado -dice Eastman-; Protágoras, perseguido; Sócrates, ejecutado; Jesús, crucificado". Y nosotros añadimos:- es Marx, vilipendiado y expulsado; Lenin, abaleado. El espíritu de heroicidad y sacrificio personal del intelectual revolucionario, es, pues, esencial característica de su destino.

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La función política transformadora del intelectual reside en la naturaleza y trascendencia principalmente doctrinales de esa función y correspondientemente prácticas y militantes de ella. En otros términos, el intelectual revolucionario debe serlo, simultáneamente, como creador de doctrina y como practicante de ésta. Buda, Jesús, Marx, Engels, Lenin, fueron, a un mismo tiempo, creadores y actores de la doctrina revolucionaria. El tipo perfecto del intelectual revolucionario, es el del hombre que lucha escribiendo y militando, simultáneamente.

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"Quien está contra la burguesía, está con nosotros". Esta es la palabra de orden -dice Lunacharsky- que debe servir de base para formar la Internacional de los Intelectuales.
¿Puede aplicarse esta fórmula a los intelectuales revolucionarios de todos los países? Evidentemente sí. En América como en Europa, Asia y África, hay ahora una tarea central y común a todos los intelectuales revolucionarios: la acción destructiva del orden social imperante, cuyo eje mundial y de fondo reside en la estructura capitalista de la sociedad. En esta acción deben acumularse y polarizarse todos los esfuerzos de la inteligencia. Importa mucho darse cuenta de lo que hay que hacer en un momento dado. El leninismo, en este punto, ofrece enseñanzas luminosas. "No basta -dice Lenin- ser revolucionario y partidario del comunismo: hay que saber hallar, en cada momento, el anillo de la cadena al cual debe uno agarrarse para sostener fuertemente toda la cadena y para agarrarse luego del anillo siguiente". Para los intelectuales revolucionarios, el anillo doctrinal y práctico del momento radica en la destrucción del orden social imperante. Tal es la consigna táctica específica de todo intelectual revolucionario.

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Nuestra tarea revolucionaria debe realizarse en dos ciclos sincrónicos e indivisibles. Un ciclo centrípeto, de rebelión contra las formas vigentes de producción del pensamiento, sustituyéndolas por disciplinas y módulos nuevos de creación intelectual, y un ciclo centrifugo doctrinal y de propaganda y agitación sobre el medio social.

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Nuestra táctica criticista y destructiva debe marchar unida inseparablemente a una profesión de fe constructiva, derivada científica y objetivamente de la historia. Nuestra lucha contra el orden social vigente entraña, según la dialéctica materialista, un movimiento, tácito y necesario, hacia la substitución de ese orden por otro nuevo. Revolucionariamente, los conceptos de destrucción y construcción son inseparables.

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Ese nuevo orden social, que ha de reemplazar al actual, no es otro que el orden comunista o socialista. El puente entre ambos mundos: la dictadura proletaria.
El fenómeno soviético es la demostración objetiva, palmaria y de un realismo inexorable, del camino dialéctico ineludible que ha de seguir el sistema social capitalista para desembocar en el orden socialista. Citemos a este propósito unas palabras del manifiesto de la Unión de escritores Revolucionarios: "Una crisis económica inaudita -dice ese documento- quebranta al mundo capitalista. El número de los parados pasa de 50 millones y continúa aumentando. Multitud de desocupados y de hambrientos desfilan delante de inmensos depósitos rebosantes de víveres y un puñado de hombres de finanzas, que dictan su arbitraria voluntad a la sociedad capitalista, emplea como combustible de sus locomotoras las cosechas de los campos, arroja el trigo, el café y el azúcar al mar, quema enormes cantidades de lana y algodón, a fin de mantener a la altura de sus intereses personales la tasa de sus beneficios, único motor de la economía capitalista. Los salarios de la clase obrera y de los campesinos pobres, así como de los trabajadores intelectuales, caen con una rapidez catastrófica. El espectro del hambre, un porvenir desesperado y sin salida bajo el régimen capitalista, he aquí la realidad y el horizonte de las masas trabajadoras".
"La cultura burguesa está en plena decadencia. El espíritu imperialista ha infectado la literatura y el arte. Para nublar la conciencia de las masas y salvar así su hegemonía de clase, la burguesía se ve obligada a embridar el progreso de la ciencia y a retardar el desenvolvimiento cultural de la humanidad. Declarando la guerra a su pasado la burguesía busca un sostén en su alianza con la Iglesia católica, resucita las teorías místicas y feudales de la Edad Media, para enmascarar con el velo del oscurantismo su mortal descomposición".
"Entre tanto, los obreros y campesinos del inmenso país de los Soviets, después de haber derribado el régimen capitalista y de haberse salvado del hambre y escasez, echan las bases de una nueva sociedad socialista. En quince años de dictadura del proletariado, el entusiasmo de las masas laboriosas liberadas ha hecho de uno de los países más atrasados de Europa, el país más avanzado del mundo, el primer Estado que ha emprendido la construcción del socialismo. Las esperanzas de los gobiernos imperialistas y de sus lacayos social-demócratas, que creían imposible la edificación socialista en un solo país y pensaban poder reducir por el hambre y el bloqueo económico la voluntad heroica del proletariado, han caído por tierra. La Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas ha realizado y rebasado el programa del Segundo Plan Quinquenal, que sus enemigos calificaba, ayer nomás, de locura bolchevique. El Soviet ha suprimido los desocupados, arrastrando en su producción socialista nuevas capas de campesinos y miles de mujeres. Su agricultura está en vías de reorganización sobre una base colectiva socialista, que ha triunfado de la antigua vida rural y borra las barreras entre la ciudad socialista y los campos colectivizados. Sus aldeas que, bajo el zarismo, se hallaban ahogadas en el barro y la ignorancia, intoxicadas por el opio de la religión, se ven ahora atravesadas por una tupida red de escuelas, bibliotecas, radio, salas de lectura. En lugar de las campanas y del silbato del guardia, no se oye más que el traquido de los tractores. La U.R.S.S. ha entrado definitivamente en la fase socialista".
Valiéndose de nuevos métodos de trabajo, de ese trabajo que en el Estado socialista se ha hecho un motivo de orgullo, de valor y de heroísmo, e impulsado por la emulación socialista y las brigadas de choque, el proletariado soviético crea y desenvuelve gigantescas empresas de la industria pesada socialista, desarrolla el motocultivo, transforma la vieja Rusia agrícola retardataria en país del metal, del automóvil y del tractor".
"Del fondo de esta economía socialista nace y se desenvuelve, con un ritmo fulminante, el proceso colosal de una revolución cultural desconocida hasta hoy en la historia. Millones de analfabetos han entrado en una vasta iniciación cultural. Al fin del Segundo Plan Quinquenal, no quedará un solo analfabeto en Rusia. El aumento del tiraje de los periódicos y publicaciones literarias rebasa en gran medida los ritmos más rápidos del período más próspero del capitalismo alemán y norteamericano. El desenvolvimiento de las fuerzas productoras de la Unión Soviética marcha acompañado de un tal impulso en todas las ramas de la literatura, del arte y de la cultura en general, que el problema de los cuadros dirigentes adquiere una acuidad excepcional. Miles de hombres nuevos reciben la educación necesaria para ocupar los puestos más elevados de la revolución cultural".
"Las potencias imperialistas observan con un sentimiento de espanto y rechinando los dientes, este movimiento histórico incomprensible para ellas y que decide definitivamente el destino del capitalismo. Las potencias imperialistas quieren, por eso, ahogar en sangre semejante movimiento salvador de la humanidad". 

 Del libro Arte y Revolución de César Vallejo. 



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