Está de moda, es transversal, piola, unplugged,
discreta. Incluso se agota. Una huelga en el laboratorio en Brasil donde se
fabrica y buena parte del continente queda ansioso, con la cabeza ruidosa,
tenso. El Ravotril te hace ser menos que más y nadie se da cuenta a no ser que
te quedes dormido frente a ellos, algo que, por lo demás, es un mito urbano:
más que dormirse, el que se duerme es tu demonio interno, tu pasajero oscuro
que transpira helado, al que ciertas situaciones incómodas o expuestas les da
resortijones, pánico, una sensación de concentrar todas las miradas y las opiniones
(negativas) en su nuca. El Ravotril es digno y te deja digno: no te hace sudar,
gritar, vomitar o decir cosas que nunca has siquiera pensado. No tiene resaca.
Dicen que eventualmente te afecta la memoria, te borra tu disco duro. ¿Es eso
malo? Si quisieras recordar todo, ¿usarías esta pastilla de vez en cuando? El
Ravotril tiene la discreción de no hacer que tus ojos se coloquen rojos. No
huele ni te hace oler distinto. Se puede usar para fiestas o mezclar, como
aperitivo, antes de un buen vaso de Jameson con Ginger-Ale para así entrar en
un estado zen-cool, pero su misión —su meta, su credo— es que te
olvides de que estás en una fiesta. O que creas que no hace falta ir a fiestas
o que una fiesta puede ser entre dos personas.
O contigo mismo.
Es una droga personal, sí, autista acaso,
solitaria, como un iPod. Es para relajarte o para desconectarte. Para calmarte,
para pasar el mal rato, para bajar sin que se te apague la tele, sin que
termines quién sabe dónde. Es como almohada-de-seguridad, la polera de la buena
suerte, una frazada especial. No te ayuda a conectarte y empezar a manosear a
otros. No es la droga del amor o de las discos, no. El Ravotril (Rivotril en
casi todas partes) es , más bien, para atajar la ansiedad y para que no te
manosees tú. Es la droga para aquellos que sienten que les falta amor o que ese
amor está empezando a destruirlos.
De pronto, apareció y ahora está en todas partes:
la usan desde ejecutivos y médicos hasta políticos (el ex Ministro del Interior
de Chile, desde luego, como me lo contó, sin darse cuenta, creo, lo que luego
provocó una controversia algo hipócrita, una vez que salió la entrevista). Es
absolutamente transversal: actores, campeones de Haikido, dueñas de casa
desesperadas y profesores fatigados, editores de revistas y poetas cesantes; es
cas un rito de paso para entrar a la adultez. Los más ansiosos usan la
modalidad sublingual que funciona como una inyección de heroína. Es quizás una de
las razones por la que la gente va al
sicólogo (siquiatra, más bien, porque es con receta retenida). Su uso es tan
amplio que, como la cocaína en los 80, la consumen aquellos con demasiados
problemas o aquellos que no tienen ninguno.
Es sin duda,
el nuevo Válium, pero posee menos estigma, es más asexual y esta menos
relacionado a la histeria o a actrices-de-cine-suicidas. De hecho, aún no hay
una novela best seller o una película sobre adictos al Clonazepam porque, al
parecer, más que una adicción, usar Rivotril es una forma de enfrentar el mundo
o, quizás, se toma para que el mundo no te aplaste. El Rivotril (¿por qué en Chile
se llama Ravotril?, ¿Qué paso, Roche?) no es la droga que quieres para ir a una
fiesta rave, pero sí para arrastrarte al cumpleaños de tu suegro. No es una
manera para huir del mundo en una performance alucinógena o para ingresar a otros
territorios o para vivirlos al límite: es para que no te afecte todo tanto y
puedas descansar. Estas pastillitas ranuradas (entre rosadas y anaranjadas en
versión de 0.5; blancas cuando son 2.0) que saben un poco a tiza son para la
gente que sueña darse tinas largas o pasarse un día en un spa dentro del vapor
pero que nunca lo ha hecho. Es para no colapsar en una presentación pública. Es
para dormir sin soñar en lo que tienes que hacer el día siguiente o en lo que
no debiste hacer esa tarde.
Ravotril es,
sin rigor, Clonazepam y su fin es ser una suerte de caja de emergencia durante
crisis de pánico. Nunca he tenido una, pero supongo que uno vive en crisis y el
pánico a veces es literal (pánico a la gente, a hablar en público, a tener
tantas ideas en la cabeza). Hay dealers que te la consiguen y doctores y
dentistas y kinesiólogos empáticos que te hacen una receta porque esta es una
droga que legalmente no ha ido prohibida como la cocaína pero que merece una
estrella verde impresa en su caja, lo que implica receta detenida. Pero no es
imposible de conseguir. Ni la receta ni la caja. Perú es el paraíso número uno,
no necesitas nada excepto tu deseo de paz para ingresar a una farmacia y
comprar la cajita feliz; si consideras que es muy cara, incluso venden un
genérico amarillento. En México piden receta, pero basta conseguirla con
médicos que te recomiendan en ciertas farmacias. Los amigos se las pasan y
hasta uno me ha regalado, de buena onda, una tira. Pero el que busca,
encuentra. Si te operan, piden; si vas al dentista, no es malo aprovechar para
que te hagan una receta. Uno se arma su stock. O parte neurólogo (lo he hecho y
digo la verdad: soy escritor, mi cabeza funciona a veces demasiado y altera mi
sueño, mis nervios).
Conocí el
Ravotril editando mi primera película. Me lo pasó mi editora, lo que ahora me
hace más que sentido. Y me consiguió una receta con un amigo que era doctor
pero que era amigo de ella antes y sentía que cada vez que hacía recetas de
Ravotril —gratis— estaba ayudando al mundo. Supongo que si tomas
cinco o seis pastillas o quizás más de 2 mg puedes matarte o dormir seis días,
pero el Ravotril no es una pastilla para dormir exactamente aunque logra que lo
hagas: en aviones, de noche y, cuando siento que estoy muy estresado, tomo
medio para dormir una siesta de cuatro horas. Como toda droga, depende de tu
estado de ánimo: si estás expulsando adrenalina, te hace bajar.
Durante el
rodaje de Velódromo, partíamos el
trabajo repartiéndonos trozos de la pastilla entre el equipo clave como si
fueran hostias y a veces pienso que eso le dio a la película un tono más
calmado. Si uno, al revés, está en extremo calmo, un Ravotril de 0.5 te puede
tirar al suelo. Otro amigo dice que lo usa porque le cuesta que se “le apague
la tele”, que es lo contrario a lo que sucede cuando, en efecto, se te apaga la
tele al mezclar alcohol con sustancias varias.
Más
recientemente, confieso que la uso para viajar o tratar de dormir en aviones;
antes de firmar libros en una FIL (aquí es cuando uno admira la profesión de
prostitutas y travestis que se paran en la esquina y esperan clientes);
estrenando una película y, curiosamente, cuando te llevas una hora o más
escribiendo total y absolutamente concentrado hasta que sientes que de tus
dedos saldrá sangre o quizás, como dijo REM hace décadas, “I said too much”.
Escribir desde adentro, ya sea literatura o un guion o un ensayo, a veces te
deja alterado, desnudo, con los nervios demasiado expuestos. Si además abusaste
del café (varios shots de espresos), necesitas algo para rearmarte, resarcirte,
volver a juntar los trozos o secretos o confesiones o fantasías que dejaste en
el papel. Guardar y 0.5 y cerrar el Air y salir a la calle, ojalá a nadar, a
correr, a caminar, a hacer algo que te aleje de lo que escribiste para que
puedas olvidarlo y que se quede ahí, reposando, lejos de ti.
Insisto:
Ravotril no es para ir de farra; es para que tu farra interna (positiva o
negativa) se calme. Es un ansiolítico. Hay gente que lo usa para aplacar el
miedo a volar; yo tiendo a usarlo cuando escribo mucho y quedo arriba. En ese
sentido es como el alcohol de los que no toman. El Ravotril no te hace sentir
más; te hace sentir menos.
Y eso a
veces es una buena sensación.
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